martes, 15 de marzo de 2022

¡Ese es el Ferro, muchachos!

 

Mi padre se desempeñó durante veinticinco años como obrero ferroviario en la Maestranza de San Eugenio. Muchas veces lo acompañé a sus labores y pude ver las duras condiciones en que desarrollaba su trabajo: a todo sol en verano y a plena lluvia en invierno. No hay pero que valga, me decía mi viejo, forjado entre rieles, durmientes y el pitar de las locomotoras.

Con ese mismo ímpetu y a muy temprana edad, mi padre me llevó al Estadio de San Eugenio para ver jugar a Ferroviarios. En la galería junto a sus compañeros de la Maestranza, alentábamos al unísono grito del “Efe con e”.

Me acuerdo de que la institución tenía una estructura social y deportiva, porque se ofrecían actividades para toda la familia y en Navidad se hacía una fiesta en el casino que estaba ubicado a un costado de la cancha central y la piscina. Todos los hijos de los ferroviarios, recibíamos un regalito.

Los hinchas más antiguos nos contaban que Ferroviarios se consagró campeón de la división de honor amateur los años 1947, 1948 y 1949 y que así obtuvo el ascenso a la primera división de la Asociación Central de Fútbol.

El último clasificado de primera división de 1949, el Bádminton, se negó a descender aduciendo un acuerdo extraoficial que dictaba que los equipos que habían fundado la primera división en 1933 no perderían la categoría. La Asociación Central de Fútbol acogió el reclamo de Bádminton cancelando el descenso y que Ferroviarios también reclamó su derecho a ascender.

Los dirigentes de Bádminton propusieron una fusión entre ambos clubes bajo el nombre de Ferrobádminton, la cual fue aprobada por la ACF el 23 de febrero de 1950.

La unión entre Ferro y Bádminton lograría campañas aceptables en los campeonatos de la década de los cincuenta y los socios alcanzarían los catorce mil en 1959. Algo impensado para hoy, en tiempos donde las sociedades anónimas consideran que el hincha es simplemente un cliente.

En 1967, el “Tiznado” dejó la Primera División y en 1969 se separó del Bádminton. En 1972 rasguñó el retorno a la división de honor con el gran Leonel, el “Pluto” Contreras y “Fifo” Eyzaguirre y en la banca con Sergio Navarro. Sin embargo, en 1983, vendría el descenso a tercera división y en 1987 a cuarta división. La privatización de Ferrocarriles en la dictadura de Augusto Pinochet, prácticamente sentenció la suerte del club.

En 1991 recuerdo un partido infartante con el Chiprodal de Graneros en el que se hipotecó la posibilidad de subir a tercera. Lo viví, lo sufrí y lo lloré en la galera corroída del “Hugo Arqueros Rodríguez”. Cómo me voy a olvidar de los viajes a Rengo, a Curacaví, a Graneros y a otros tantos lugares donde, además de disfrutar del paisaje, estreché la relación con mi papá. 

El viejo Estadio de San Eugenio hoy es un depósito de vehículos, el grito de gol lo ahogó la vil y depredadora modernidad. En este país la historia se borra, pero igualmente soy hincha del Ferrito y aunque muchos me miren como un bicho raro y otros me pregunten ¿y todavía hay fanáticos del Ferroviarios? Siempre les diré que el paso del tiempo y las vicisitudes de la vida no borrarán jamás los sentimientos y los colores del equipo que uno tanto ama.

El “Ferrito” no es una moda, sino algo que se lleva en la sangre y ponerse la camiseta de los tiznados implica la responsabilidad de llevar en los hombros la historia de los obreros ferroviarios de Chile. Una historia que empezaron a escribir nuestros abuelos y padres con manos fuertes y firmes para levantar el estadio de San Eugenio en 1941.

Al empezar un nuevo campeonato de la Tercera B, les pedimos ese mismo espíritu a nuestros jugadores, porque este club tiene tradición y porque quizás las nuevas generaciones no saben que, en alguna época, también le ganamos a Colo-Colo, la U y la Católica. Sin más preámbulo: ¡Ese es el Ferro, muchachos!

 

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