viernes, 12 de julio de 2013

Chile murió con las botas puestas



Los triunfos morales ya no nos resignan y por eso el llanto de nuestros noveles guerreros en Estambul. Ya no queremos ir de paseo a los mundiales y por eso el dolor que tanto cala el pecho.  Desde hace un tiempo -no muy lejano- nuestra mentalidad cambió y nuestro paladar futbolístico se agudizó.

Dicen que jugamos como somos, y en estos tiempos de modernidad, democracia y globalización no se concibe un fútbol chileno insípido y  timorato.

Mario Salas tampoco lo concibe. El exestratego de Barnechea ofrece un bosquejo táctico con múltiples variantes ofensivas y eso se celebra, sin embargo el esquema adolece de ciertos resguardos defensivos. Recordemos que en el debut mundialista solamente la impericia de los egipcios frente al pórtico nos libró de un prematuro bochorno. Un esquema así de rígido damnifica claramente el juego de conjunto. Convengamos  en que en ese pleito se hacía evidente el desacomodo posicional de Cristián Cuevas y Ángelo Henríquez.

El empate ante los ingleses y el resultado de otros grupos le dio a la escuadra criolla el acceso directo a la segunda ronda del torneo. Como nunca ocurre, Chile clasificó con desahogo a la otra fase e iba por el primer lugar del grupo E frente a Irak.

Ante los asiáticos, el adiestrador presentó inexplicablemente un equipo con 6 jugadores de alternativa. El liderato se hipotecaba ante una escuadra veloz que aprovechó las licencias defensivas que le otorgó el rival. Chile cayó 1-2 ante los iraquíes, acabó segundo en su grupo y tuvo que dejar la ciudad de Antalya. Croacia lo esperaba en Bursa y había poquita fe.
 
En octavos de final, frente a los croatas, apareció el equipo subversivo e irreverente que  deslumbró en Mendoza y que al parecer se había quedado atascado en la aduana del paso de Los Libertadores.  El elenco criollo resolvió en los últimos nueve minutos un encuentro cerrado y de carácter reservado. Darío Melo, Nicolás Castillo y Christian Bravo se ungieron como luminarias del triunfo por 2-0 ante los europeos. Chile ya estaba entre los 8 mejores del mundo.

En cuartos de final, Mario Salas no iba a revocar sus convicciones  tácticas.  Sin misterios, el duelo con los africanos se preveía de gran desgaste físico y de ida y vuelta. El primer combo lo pegó Ghana con tanto de Moses Odjer; sin embargo, Chile pegó fuerte y pegó dos veces con anotaciones de Nicolás Castillo y Ángelo Henríquez, respectivamente. Todo esto en el primer tiempo.

En la segunda fracción, Chile buscó el tercero, pero el portero Antwi ahogó sucesivamente el grito de gol.

Asimismo, los africanos no cesaban en ofensiva con sus intentos por las bandas y con sus potentes tiros de distancia. El empate era inminente y llegó a ocho minutos del término del tiempo reglamentario en los pies de Ebenezer Assifuah. Con un tiempo para cada uno, el lance se dirimiría en el alargue.

El gol del exhausto Ángelo Henríquez a los ‘8 minutos del suplementario abrigó las esperanzas nacionales de abrazar las semifinales. Sin embargo, también era una señal de que ya no había piernas ni corazón para aguantar los 22 minutos que restaban.

Ghana volvió a reaccionar y Seidu Salifu acertó para poner el marcador en un 3-3 que cambió de forma agónica el encuentro. La lápida para los pupilos de Salas  la colocó Assifuah  de cabeza en el  minuto 120.  Gol que increíblemente contó con la complicidad de Huerta, Henríquez y Melo. La pelota volvió al centro y la ilusión duró 50 segundos más.  Chile cayó en la lucha, así como le gusta a Mario Salas. Chile murió con las botas puestas.