Dicen que jugamos como somos, y en estos tiempos de modernidad,
democracia y globalización no se concibe un fútbol chileno insípido y timorato.
Mario Salas tampoco lo concibe. El exestratego de Barnechea ofrece un
bosquejo táctico con múltiples variantes ofensivas y eso se celebra, sin
embargo el esquema adolece de ciertos resguardos defensivos. Recordemos que en el
debut mundialista solamente la impericia de los egipcios frente al pórtico nos
libró de un prematuro bochorno. Un esquema así de rígido damnifica claramente el
juego de conjunto. Convengamos en que en
ese pleito se hacía evidente el desacomodo posicional de Cristián Cuevas y
Ángelo Henríquez.
El empate ante los ingleses y el resultado de otros grupos le dio a la
escuadra criolla el acceso directo a la segunda ronda del torneo. Como nunca
ocurre, Chile clasificó con desahogo a
la otra fase e iba por el primer
lugar del grupo E frente a Irak.
Ante los asiáticos, el adiestrador presentó inexplicablemente un equipo
con 6 jugadores de alternativa. El liderato se hipotecaba ante una escuadra
veloz que aprovechó las licencias defensivas que le otorgó el rival. Chile cayó
1-2 ante los iraquíes, acabó segundo en su grupo y tuvo que dejar la ciudad de
Antalya. Croacia lo esperaba en Bursa y había poquita fe.
En octavos de final, frente a los croatas, apareció el equipo subversivo e irreverente que deslumbró en Mendoza y que al parecer se había quedado atascado en la aduana del paso de Los Libertadores. El elenco criollo resolvió en los últimos nueve minutos un encuentro cerrado y de carácter reservado. Darío Melo, Nicolás Castillo y Christian Bravo se ungieron como luminarias del triunfo por 2-0 ante los europeos. Chile ya estaba entre los 8 mejores del mundo.
En cuartos de final, Mario Salas no iba a revocar sus convicciones tácticas. Sin misterios, el duelo con los africanos se
preveía de gran desgaste físico y de ida y vuelta. El primer combo lo pegó
Ghana con tanto de Moses Odjer; sin embargo, Chile pegó fuerte y pegó dos veces
con anotaciones de Nicolás Castillo y Ángelo Henríquez, respectivamente. Todo
esto en el primer tiempo.
En la segunda fracción, Chile buscó el tercero, pero el portero Antwi ahogó
sucesivamente el grito de gol.
Asimismo, los africanos no cesaban en ofensiva con sus intentos por las
bandas y con sus potentes tiros de distancia. El empate era inminente y llegó a
ocho minutos del término del tiempo reglamentario en los pies de Ebenezer
Assifuah. Con un tiempo para cada uno, el lance se dirimiría en el alargue.
El gol del exhausto Ángelo Henríquez a los ‘8 minutos del suplementario
abrigó las esperanzas nacionales de abrazar las semifinales. Sin embargo, también
era una señal de que ya no había piernas ni corazón para aguantar los 22
minutos que restaban.
Ghana volvió a reaccionar y Seidu Salifu acertó para poner
el marcador en un 3-3 que cambió de forma agónica el encuentro. La lápida para
los pupilos de Salas la colocó Assifuah de cabeza en el minuto 120.
Gol que increíblemente contó con la complicidad de Huerta, Henríquez y
Melo. La pelota volvió al centro y la ilusión duró 50 segundos más. Chile cayó en la lucha, así como le gusta a Mario
Salas. Chile
murió con las botas puestas.
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