El pintor mexicano Rufino Tamayo decía
que sus colores eran los más baratos, los tonos de la tierra, y que a esos colores
mezclados y matizados oponía otros más vivos, rabiosos y brillantes que provenían
de las frutas que había visto en su infancia.
A mí, cuando me preguntan de dónde
proviene mi literatura, respondo que de los partidos de la calle, de esos que dejaban
las rodillas, los codos pelados, y los anteojos quebrados; de esos partidos que
se jugaban con una pelota plástica que traía un dibujo de un mapamundi. Partidos
eternos y con sabrosos entretiempos de pan con mortadela y tecito. Sí, eran
esos duelos que solamente podían finalizar con el “último gol gana todo” o con
el llamado de mamá: “Entrarse, que mañana hay que ir al colegio”.
Mi amor por la lectura fue estimulado casualmente
por mi padre, cuando traía a casa el “Fortín Mapocho” y “La Época”, o cuando me
compraba en el persa las revistas “Estadio”, “Barrabases”, “Triunfo”, “Deporte
Total” y “Don Balón”.
A partir de la revista “El Gráfico”, me
hice admirador del periodismo argentino y de algunos escritores de ese país,
como Roberto Fontanarrosa, Osvaldo Soriano y Eduardo Sacheri. Este último es un acérrimo hincha de Independiente
de Avellaneda y lo plasma con emotividad en su cuento “Independiente, mi viejo y yo”. Para Sacheri: “Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida
del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de
la vida, pero de algo estoy seguro: No saben nada de fútbol”. El filósofo y
novelista Albert Camus clama “Lo que finalmente sé con mayor certeza respecto
a la moral y a las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Y para
Jean Paul Sartre: “El fútbol es una metáfora de la vida”.
El escritor chileno Felipe Risco Cataldo
reconoce que: “Soy un futbolista
frustrado y tenía una gran admiración por Julio Martínez; tenía una pluma muy
interesante, es uno de los padres del periodismo deportivo chileno”. El
comentarista deslumbró en revista “Estadio”, Radio Minería y Canal 13, y casi
como una ley era la frase: “Lo dijo Julito Martínez”. En 2009, el
periodista Edgardo Marín compiló las mejores columnas de Don Julio sobre la
selección chilena, un texto donde el cronista se muestra en su faceta más crítica,
analítica e irascible. El poeta Floridor Pérez publicó en 2003, “Poesía chilena del deporte y los juegos”,
una compilación lúdica que une actividad deportiva y literatura, más
allá del horizonte occidental de comprensión de ambos ámbitos. Allí aparece el
poema “Los jugadores” de Pablo Neruda: “Juegan, juegan. Los miro entre la vaga
bruma del gas y el humo. Y mirando estos hombres sé que la vida es triste”.
Y no le quito más tiempo, porque si me acuerdo
de Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Juan Sasturain, Martín Caparrós, Juan
Villoro, Roberto Rabi, Víctor Hugo Ortega, Luis Osses Guiñez, Eduardo Santa
Cruz y Reinaldo Marchant, este artículo se va a extender de la misma forma que esos
partidos de marcador infinito con entretiempos de pan con mortadela y tecito. Sin
lugar a dudas, el fútbol y la literatura protagonizan esos duelos que
estremecen a los fanáticos y a los que se les llaman clásicos.
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