Por
Daniela Arze-Vargas Donoso
Arrastrada por un ímpetu antes
desconocido, oí hablar del valor del boxeo, de la semejanza de este deporte a
la vida y del arte de combatir cuerpo a cuerpo. Había oído y leído de la vida
de la Crespa Rodríguez en una entrevista que llegó a mis manos; leí también una
biografía de Martín Vargas y de un tal Estanislao Loayza. La vida del
iquiqueño, apodado Tani, me fascinó.
Busqué en diarios y revistas antiguas, fotos
y campeonatos, también triunfos y derrotas. Hace un tiempo pensaba que el
boxeo era el tercer deporte más espantoso, esto porque los primeros dos serán
siempre, para mí, las corridas de toro y los rodeos.
Se apoderó de mí un ánimo de lucha, un
espíritu rabioso. Averigüé cuándo habría pelea, telefoneé a Dante y fui a
la acción, convencida de que luego del combate sacaría algo en limpio, algo
así como una lección de vida importante y trascendental. Me interesé
en las reglas del juego y los nombres de los golpes. Busqué
información de lugares donde se practica este deporte. Encontré clases y
también ensayos a los que se podía asistir. Creí que para ser la primera vez
que asistiría a un combate, este debía ser “de puños rosa”, como leí que
eufemística, delicada o cursi, antiguamente se les llamaba a las peleas
entre mujeres.
En el público,
mayoritariamente masculino, se distinguían varias mujeres y también
niños. Necesité, de pronto, encontrar una confirmación de género, ver a alguien
como yo. Sé que no existe claridad en lo que quiero decir con esto,
pero ya está escrito y me cuesta renunciar a lo pensado. Cuando
reflexionaba en todo esto, intentaba recordar un poco del espíritu que me
había hecho llegar hasta acá, pero lo había olvidado y ahora miraba todo con
asombro y extrañeza. Pensé en la gente, en el cartel brillante que
coronaba el escenario y en Dante, al cual no quise, en ese momento, mirar.
Vi a un grupo de señoras y a dos mujeres
jóvenes que gritaron: ¡México, México! ¡Eh, eh, eh!, tras un derechazo.
Antes de llegar, cuando iba caminando en
silencio junto a Dante, pensaba acerca de ¿Cuál sería mi candidata? En el acto
pensé que me inclinaría por la más débil, si eso pudiera establecerlo yo. Me
inclinaré por la que vaya perdiendo, o reciba más golpes y resista
estoica el combate. Reminiscencias de profesora, pensé.
No muy convencido, mi querido Dante, de
alma sensible y espíritu altruista, esperaba algún gesto de arrepentimiento, de
parte mía, que echara abajo el propósito que nos reunía a las nueve en metro
Santa Ana y que, al mismo tiempo, lo librara de tan “violento” espectáculo,
pero no lo encontró.
Dirección: San Pablo 1569. Comuna:
Santiago Centro. Habíamos llegado. El recinto: un gimnasio. Su capacidad
aproximada era de mil personas. En un costado estaban las graderías,
en donde una ubicación costaba cuatro mil pesos. Elegimos el sector vip que nos
costó siete mil pesos. Quedamos cerca de donde se efectuaría la refriega.
Pasaba el rato y llegaba cada vez más gente: familias, parejas, hombres y mujeres
solas. El público que ingresaba al recinto venía alegre, venía como a disfrutar
de un espectáculo. Esta actitud nos llamó mucho la atención. Minutos antes,
Dante me había expresado que él sufría al ver sufrir.
El animador apareció en escena, indicando
que faltaban menos de diez minutos para comenzar. En los costados
vendían completos, churrascos y bebidas. Dante divisó a lo lejos a unos
pesos pesados, seguro exboxeadores. Empezó a sonar la música de la película
Rocky. Súbitamente me transporté a la película y yo era parte del público que
sufría con el último round. En el sueño era la mujer de Rocky, que alentaba
al campeón, que yacía medio muerto con la cara moreteada en un costado del
ring: ¡Vamos, Rocky!, me oí decir al despertar de la ensoñación. Dante me miró
perplejo y el bochorno rápidamente se disipó con la voz del animador que
anunciaba: a la izquierda: Violeta Vargas, alias la Leona. Apareció una mujer
de pelo castaño y muy crespo y facciones delicadas. Iba enfundada en una
bata roja de seda. La boxeadora hizo un baile parecido a la danza árabe y luego
una reverencia, que animó a Dante y entusiasmó al resto del público. A
continuación, apareció desde el lado derecho la boxeadora Millaray Painefilo,
alias Scáthach. También, ella vestía una bata, esta era de un azul
brillante.- Marri-Marri- dijo, enseñando ambas manos y mostrando sus palmas,
extendiendo sus dedos morenos y luego
empuñándolos. Vi a Dante sacar el teléfono y escribir algo. Luego de un
momento, le pregunté qué significa, a lo que él respondió: Scatha, nombre de la
mitología celta. Scatha o Scáthach, es una diosa considerada un gran guerrero,
cuyo nombre significa "la que provoca temor", también es llamada
"la sombra". Ella vivía en la isla de Skye, en Escocia, y enseñó a
muchos de los legendarios héroes celtas todas sus habilidades, incluyendo la
magia. Percibí, en el público, ansiedad por la partida, ansiedad por ver cómo
se libraría el combate. En ese momento recordé un pasaje del libro La
cima del mundo del escritor Norman Mailer: “El árbitro dio las instrucciones. Sonó
la campana. Los primeros 15 segundos de un combate pueden ser todo el combate.
Algo equivalente al primer beso en una relación amorosa”.
En una primera mirada de principiante,
pude constatar cuál de las dos parecía más fuerte. En una segunda vista, luego
de un jab de Violeta, cambié de opinión. La vi distanciarse de su oponente y mantener la
guardia. Leí que El jab o directo de
izquierda consiste en propinar un puñetazo con la mano izquierda (si se es diestro)
extendiendo el codo rápidamente de forma paralela al suelo, y retrayéndolo a su
posición inicial de forma rápida. Al mismo tiempo ella extendió el codo,
luego hizo una ligera rotación de cadera, que la ayudó a imprimir más
fuerza al golpe. De esta manera, logró que éste se realizara de frente. Millaray
movió tan rápido la cabeza, como si hubiese intuido lo que le aguardaba, logró
esquivar el puño de su adversaria y contestar con un cross o directo. Distinguí en Millaray técnica que
seguramente había ganado, luego de horas de esfuerzo y práctica.
Su pierna derecha quedó detrás. Al
mismo tiempo extendía el brazo para golpear. La vi traspasar el peso desde la
pierna de atrás a la de adelante, lo que le permitió rotar el pie derecho sobre
la punta y realizar así una pequeña rotación de cadera. A la Leona este
golpe la desestabilizó un poco, pero no lo suficiente. Reaccionó con furia, lo
que produjo que tensara al máximo su musculatura. De esta forma, la fuerza en
tensión se proyectó completa hacia la mano, efectuándose así un
certero uppercut o upper. Este es uno de los golpes más
espectaculares, si se realiza con la fuerza adecuada. En este caso el golpe
partió de la mano derecha y desde abajo. Vargas realizó su golpe en dirección
vertical, el que fue directamente a impactar a la mandíbula de Scáthach.
La Leona se ayudó de una ligera extensión de rodillas
para así golpear con toda la fuerza de su torso a la machucada
Millaray. Este último golpe la aturdió y no alcanzó a reaccionar,
cuando Violeta le dio el remate de crochet. La púgil realizó su golpe con
la mano derecha y de forma lateral, dirigido a la cabeza de
su contrincante. Desde mi ubicación, estimé
el golpe fuerte y más lento que el jab, o el
cross, por la trayectoria del brazo.
Leí, también, que este golpe se
puede realizar con ambas manos, pero Violeta usó el crochet de
derecha, que va acompañado de una rotación de
cadera. Podría haberlo dirigido a la zona baja del cuerpo (hacia los
riñones), para lo cual es importante flexionar las rodillas, pero sin
inclinarse hacia adelante.
El árbitro determinó un descanso de
treinta segundos para luego reanudar la pelea. Miré hacia la fila de los
completos y vi a un precioso niño pequeño de grandes ojos negros, de tez morena
y de rasgos mapuches. ¿Qué hacía ese niño ahí? Dante también lo miraba, quizás
hacía más rato que yo. Se preguntó lo mismo, lo sé. En el combate,
Dante me tomó la mano y en el último round, nos dimos un beso. Fue minutos
antes de la visión del niño, de nuestra pregunta tácita y después de decirme
que por favor nos fuéramos de allí. Había pensado tantas veces antes en ese
momento. Escenarios de parques, cerros, exposiciones, música, cine y teatro,
pero jamás imaginé que un combate boxeril sería el inicio de una nueva historia.
Abandonamos la pelea sin saber su definición. La batalla seguiría librándose,
seguro, en otro lugar.