En épocas modernas
y de alto “desarrollo”, a menudo queremos encontrar soluciones instantáneas y
triunfos presurosos, sin entender que el éxito es simplemente resultado de un
crecimiento interior y que éste inexorablemente
necesita de tiempo.
Es así como un día,
en pleno corazón de la Población Santa Adriana, un puñado de muchachos dibujó una
cancha de tenis en un rectángulo de cemento de cuarenta por veinte metros,
amarraron camisetas de un extremo a otro y se pusieron a jugar. Esta loable iniciativa
sería bautizada como “Futuros para el Tenis” de Lo Espejo.
En algo más de una
década, no hubo respiro para sus creadores y los confrontes y los rivales cada
día fueron más duros. En todo ese tiempo, los “futuros” les hicieron tremendos partidos
a los estigmas sociales, a la discriminación y a las vulnerabilidades del
sector. No había un techo para el sol en verano y tampoco para la lluvia en
invierno, pero ahí estaban los niños dándole a la pelotita y tratando de ganarle un set a la vida. Es
decir, no había nada de nada, pero creer en sí mismos y en los demás ya era mucho.
A poco de andar,
llegaron algunas ayudas, pero nunca las suficientes para causas de este tipo. Como
la vida misma, había que seguir adelante a como diera lugar.
En el marco de la renovación urbana del
sector, los fundadores de FPT postularon al programa “Quiero Mi Barrio”, del Ministerio
de Vivienda y Urbanismo, en 2006. Allí detallaban la
importancia del deporte, y en este caso del tenis, como una herramienta de inclusión
y de inserción social. El proyecto fue adjudicado y aprobado para la construcción del soñado polideportivo, que
se inaugurará el próximo 18 de abril. El coliseo será bautizado con el nombre
de “Héroes Olímpicos”
–en honor a Nicolás Massú y Fernando González–, aunque quizás debería llamarse “Los Mosqueteros de la
Santa Adriana”, en
reconocimiento a la encomiable obra de sus precursores.
La historia de
estos chicos es parecida al bambú japonés, que durante sus primeros siete años
no muestra grandes progresiones, a tal punto que un labriego inexperto se
convence de haber comprado semillas infértiles.
Sin embargo,
durante el séptimo año, en un período de tan solo seis semanas la planta de
bambú crece intempestivamente por más de treinta metros. ¿Tardaría solo seis
semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en
desarrollarse.
Durante los
primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un
complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a
tener después de siete años. Los chicos de “Futuros para el Tenis” de la Santa
Adriana no se dieron por vencidos y gradual e imperceptiblemente fueron creando
los hábitos y el temple que les ha permitido sostenerse en el tiempo y aguantar
las vicisitudes de la vida y el deporte. Ahora y en la hora de la nueva casa: ¡Salud, muchachos!
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