Para
el Mundial de Argentina ‘78 tenía un poco más de un año y no me acuerdo de
nada. A mis cinco años, el Naranjito de España ’82 acaparó toda mi atención y también
la canción de Don Elías: “Y vamos Chile que hay que ganar, en esta copa
sensacional”. Ese mismo año, un día nublado de abril le pregunté a mi mamá,
porqué iba un camión cargado de hombres como si se tratara de transporte de ganado.
Una
fuerte gripe en junio de 1986, me permitió ver desde la cama todo el Mundial de
México y así cada una de las piruetas de Diego Armando Maradona. Lamentablemente,
el “Mortero” Aravena que era mi ídolo, no pudo asistir a esa cita del balompié,
pero ese gol imposible que dejó calladitos a los uruguayos en el Estadio Nacional
para mí siempre ha valido un Mundial.
Me
gastaba toda la mesada en el álbum y en las láminas del México ‘86. También me
compraba todos los chicles y dulces donde salían las caricaturas de los cracks.
Asimismo,
la Coca-Cola sacó el álbum de la Copa del Mundo de Italia 1990 y no recuerdo
haber tomado tanto de ese brebaje como lo hice ese año. Había que juntar tres
tapas y unas cuantas monedas para conseguir las anheladas figuritas. El dueño
del boliche del barrio también cambiaba y vendía láminas sueltas.
En
una cancha de cholguán de esas de los taca-taca, poníamos con mis amigos las
láminas repetidas y hacíamos nuestros propios partidos internacionales. Me acuerdo
que con los cabros del pasaje organizamos la Copa “Naranja” que enfrentó a los “monitos” de Cobreloa campeón
de Chile contra Holanda campeón de Europa 1988.
Para
darle ambiente de estadio, colocábamos unas lámparas de velador en cada esquina
y picábamos unos boletos de micro para tirarlos al aire cuando los equipos
ingresaran a la cancha.
Una
vez adentro del campo de juego, ya no era simples papelitos impresos con la
cara de los futbolistas sino veintidós guerreros que peleaban a muerte cada balón
en disputa.
Me
estremecía ver a Armando Alarcón marcando con pierna fuerte a Marco Van Basten
o a Juanito Covarrubias y al “Diablo” González bombardeándole el rancho al
arquero Hans Van Breukelen. Hugo Tabilo y Claudio Tello le ganaron todos los
cabezazos a Ruud Gullit y Marcelo Trobianni tenía vueltos locos a Frank
Rijkaard y Ronald Koeman. Los partidos no tenían tiempo reglamentario y
finalizaban cuando nos aburríamos o a veces continuaban los continuábamos día
siguiente o toda la semana. Creo que
este nunca terminó, porque todavía lo sigo jugando en mi mente con el marcador
en blanco y a la espera de que se abra la cuenta.