La tarde del 3 de septiembre de 1989, la
sangre llegó a la cancha y tiñó la pelota, así como a la década misma. En ese
fatídico minuto sesenta y nueve del partido eliminatorio entre Brasil y Chile
en el Estadio Maracaná, no solamente cayó una pintoresca bengala al campo de
juego, sino también un ídolo y una forma de pensar y actuar.
Asimismo, la obra de teatro “El último
vuelo del Cóndor”, se desarrolla en un lúgubre ambiente urbano, donde resalta
un arco a tamaño real y el camarín del combinado criollo. El diálogo entre el arquero
y capitán de la Selección, Roberto Rojas, y el utilero del equipo, Nelson
Maldonado – interpretados por Nicolás Pavez y Patricio Contreras –, se mueve
continuamente entre el humor, la emoción, la crítica, la reflexión y el
sarcasmo. Los conflictos internos del portero criollo son representados con
ímpetu y fuerza por Pavez, pero esa misma intensidad a ratos le hace perder los
matices emotivos al personaje. Sin embargo, esto se complementa a la perfección
con la madurez escénica de Contreras en el papel del utilero Maldonado, quien brinda
pasajes magistrales, como en la progresión del fútbol chileno, el grito de
“Ceacheí” o el baile a “lo Emmanuel”. La obra también se posiciona en lo
documental con la mención a las elecciones de 1989, a los detenidos
desaparecidos, a programas de televisión como “Éxito” o “El Festival de la una”
y a productos como “Coral” o YoguUp. La música de la obra, tiene reminiscencias
folclóricas y con ciertas coincidencias de
la Cantata de Santa María de Iquique del grupo Quilapayún.
El montaje presenta la historia exhaustiva
y literal del “Cóndor”, como cuando se mencionan sus inicios en el básquetbol,
a su familia, en su paso por Aviación, en el episodio de los pasaportes falsos
y en los tira y afloja de las negociaciones por los premios como capitán del
equipo.
La última parte de la obra, mantiene a
los espectadores en tensión y en el constante ejercicio de recordar de dónde
venimos, quiénes somos y cómo nos enfrentamos a situaciones de total
contrariedad. El
teatro casi no respira cuando el “Cóndor” se saca el buzo, se pone los guantes
y se calza los zapatos que su padre le cosió. El ritual es como el de cualquier
partido, pero es el que su conciencia y sus espectros le dicen que hay que
ganar. Cuando el ídolo cruza el túnel del silencio, las sienes transpiran, el
corazón se aprieta y los sentidos se encumbran con el último vuelo del cóndor.